Las Bienaventuranzas

18.04.2018

Bienaventurado es sinónimo de "Felices aquellos que siguen mi camino" (Proverbios 8,32). Son una promesa de felicidad, más allá de lo que el mundo considera bueno.

Las Bienaventuranzas son ante todo una revelación sobre la misericordia y sobre la justicia que deben caracterizar el reino de Dios: contienen más una revelación sobre Dios que sobre el hombre.

Son el corazón o el meollo del mensaje cristiano y son el camino para ser feliz.

Con las Bienaventuranzas Jesús transformó completamente los valores que sustentaban los pueblos en todas las épocas, incluido el mundo de hoy, muy separado de este mensaje impactante y renovador.

Las Bienaventuranzas no son sólo un buen programa ético que el maestro traza para sus discípulos; ¡son el autorretrato de Jesús!

Las Bienaventuranzas son el autorretrato de Jesús. Él las vivió todas en grado sumo; pero -y aquí está la buena noticia- no las vivió sólo para sí, sino también para todos nosotros.

La Virgen es la anfitriona en estas reflexiones sobre las Bienaventuranzas. Ella es la Bienaventurada, es la mujer feliz y en Ella encontró Jesús el mejor ejemplo de vida, muestra el nuevo modelo de vivir, María resuena en todo lo que Jesús enseñó. Jesús vio en su Madre a una mujer que se fiaba de Dios.

Así lo expresa su prima Isabel: "Feliz la que ha creído" y Ella contesta "Bienaventurada me llamarán todas las generaciones".

Gandhi en su aproximación al sermón de la montaña, que igualmente admiraba mucho, dijo en una ocasión, que para él, aquél podría hasta prescindir del todo de la persona histórica de Cristo. "No me importaría siquiera si alguien demostrara que le hombre Jesús en realidad no vivió jamás y cuanto se lee en los Evangelios no es más que fruto de la imaginación del autor. Porque el sermón de la montaña permanecería siempre verdadero ante mis ojos".

Es, al contrario, la persona y la vida de Cristo lo que hace de las Bienaventuranzas y de todo el sermón de la montaña algo más que una espléndida utopía ética; hace de ello una realización histórica, de la que cada uno puede sacar fuerza para la comunión mística que le une a la persona del Salvador. No pertenecen sólo al orden de los deberes, sino también al de la gracia.

Las Bienaventuranzas están orientadas a la práctica; llaman a la imitación, acentúan la obra del hombre. Existe el riesgo de desalentarse al constatar la incapacidad de llevarlas a cabo en la propia vida y la distancia abismal que existe entre el ideal y la práctica.

Respecto a las Bienaventuranzas, estamos llamados no sólo a la imitación, sino también a la apropiación. En la fe podemos beber de la mansedumbre de Cristo, como de su pureza de corazón y de cualquier otra virtud suya. Podemos orar para tener la mansedumbre, como Agustín oraba para tener la castidad: "Oh Dios, tú me mandas que sea manso; dame lo que mandas y mándame lo que quieras".

Las Bienaventuranzas son una especia de rayos infrarrojos: nos ofrecen una imagen distinta de la realidad, la única verdadera, porque muestra lo que al final quedará, cuando haya pasado "el esquema de este mundo".

No olvidemos que al final de nuestros días se nos juzgará únicamente por el Amor, recogido en estas Bienaventuranzas.

MATEO 5, 3-12

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la Paz porque serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.